La playa
Había una playa fluorescente, gracias al atardecer. Las olas se llevaban lo último de la tarde, en sus idas y venidas. Él vino corriendo a encontrarse con lo que sobrevivió de mí, que también fue un poco despojado por el mar inquieto, y tocó mi rostro. El aire olía a delicia, que no se puede describir fácilmente, pero era tan puro que agotaba. Y de la mano decidimos dormir en discusiones pero despertar risas. Más que nada, él despertaba en mí sueños pasados, que estaban siendo desenterrados.
Cualquiera era el dominante de la conversación, pero la playa era el paisaje.
Me dejé llevar, me dejé guiar por él, quien era la última persona que me había quedado.
Un mar, mil sueños. Una ola, mil dramas.
Y más de vos, más de tu abrazo color ciénaga. Nunca es suficiente, el perfeccionismo me ataca y me rindo. Me rindo porque no puedo más. Entonces te detenés ahí para explicarme como funcionan las cosas. Me duermo escuchando tu voz y mil voces a la vez, que me confunden, pero me abrazan también. Pero otra vez miro el mar, y respiro lo que ese mar exhala, y todo es nuevo.