16.6.05

El


Todos los días me encuentro con Él. Y entre submarinos me cuenta de su aventurera vida. Viajes a pata, gritos pelados a los transeúntes y millares de amigos. En realidad siempre empiezo yo con mis historias. Lo gracioso es que, obvio, Él tiene mucho más para contar, pero ambos armamos una hermosa conversación. Y a veces me quedo sin hablar, porque no se me ocurre que otro detalle contarle de mi aburrida jornada. Ahí es cuando Él abre la boca, aprovechando cada silencio mío, cada desagote.
Y a veces me patea por debajo de la mesa de este café de encuentro, y me señala con la mirada distintas escenas de la gente que pasa por afuera, o mismo adentro del lugar. Y me enseña.

***

Es un amigazo, Él. Viene y se queda, me escucha, recuerda conmigo. No hay nada que le ofenda de mí, salvo cuando no hago lo que Él me aconseja. Me quiere, y me banca. Sobre todo cuando no entiendo cosas y pregunto, pregunto, pregunto, pregunto…
Su mirada pícara me hace enojar a veces, cuando las cosas son más simples de lo que yo esperaba. A veces me gusta tanto esforzarme, aunque no sea necesario. Y Él me dice: “de a poquito che, no gastes todas tus ganas en cursilerías”. De vez en cuando se me torna cargoso, me parece que es porque gusta un poquito de mí. Pero tengo que ceder, todos tenemos que ceder en algo ¿no?
A Él también le gusta el otoño. Le gusta todo lo que a mí me gusta. También los abrazos, y la luna, el submarino, pintar.